
Las velas francas de la amistad desplegadas, listas para enfrentar cualquier viento, cualquier tormenta. Así zarpamos tú y yo, amiga, por las aguas turbulentas de la vida. Primero hubo tiempos de soles y de estrellas, cada una vació su tesoro en el otro, y así supimos quienes éramos. Pero luego la calma cedió y los vientos soplaron fuertes y hubo que poner a prueba todo lo que alguna vez habíamos puesto en palabras. La lucha fue cruenta e impiadosa. El barco giró y ambas caímos al agua. Era difícil reconocernos en la noche entre las olas, la lluvia y los truenos. A veces parecía que estábamos solas, pero luego nos veíamos, apenas a lo lejos. Y un débil hilo de voz llegaba de la una a la otra con palabras blancas como palomas: "Resiste", "Ya pasará", "Atravesaremos esto juntas". Pero la tormenta siguió y arrastró al barco hasta el fondo helado del océano, y nosotras, exhaustas, solo pudimos aferrarnos a un pedazo de madera para mantenernos a flote. Pero el pedazo era demasiado pequeño como para soportarnos a las dos, así que nos miramos a los ojos en ese momento y supimos que había llegado la hora de la verdad. El instante preciso en que la amistad se pone en juego. Debajo de la lluvia, que aún caía, no hicieron falta palabras para saber exactamente lo que debíamos hacer. Emprendimos nuestro regreso a casa juntas. El pequeño trozo de madera nos hizo ver cuan grande era nuestra amistad. Turnadas para flotar en la madera, llegamos a la costa. Una nadaba y la otra descansaba, después cambiábamos los roles. Allí está encerrada toda la filosofía de la amistad: cuando una está caída su amiga le levanta, y viceversa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario